miércoles, julio 11, 2007

Ojalá y quizá


Habíamos caminado sin rumbo durante horas, juntos en la noche como tantas veces. Se había convertido en una de nuestras costumbres con los años. Recuerdo que esa noche hacía frío y andábamos con los brazos cruzados delante del pecho porque, como de costumbre, no nos habíamos abrigado. A veces hablábamos y a veces nos quedábamos en silencio. A veces simplemente jugaba a adivinar lo que estaba pensando y no se me daba nada mal. Tras un tiempo sin hablar fue cuando te atreviste a preguntarme.

- Entonces… ¿cómo te va con él?

Lo miré mientras seguíamos caminando con una sonrisa ladeada completamente espontánea. Sabía que se había estado mordiendo la lengua desde que salimos a caminar y en realidad nunca entendí por qué no me lo preguntó desde el principio, pero ahora que lo pienso yo suelo hacer lo mismo. Hago pocas preguntas.

- En realidad creo que voy a pasar del tema. Estoy bien así.

Seguíamos andando y, continuando con mi juego de leer sus pensamientos, supe lo que venía a continuación.

- Y… ¿es que ya no te gusta? ¿o él es el que no quiere?

Yo seguía caminando mirando al frente, evitando su mirada inquisitiva que siempre lograba ponerme nervioso incluso en temas tan inofensivos como este. Respiré hondo sin saber exactamente lo que quería responder.

- Las cosas son más complicadas que eso.
- Ya… supongo que no te apetece complicarte ahora.

Ahogué una carcajada de modo que sonara lo más irónica posible:

- No, créeme, complicarme me encanta y me parece que tú lo sabes mejor que nadie… ¿Te imaginas que no me quejara de nada nunca? Sería el fin del universo conocido.

El rió también, sin verdaderas ganas, en gesto de asentimiento. Otro silencio incómodo, sabiendo que él aún quería saber más, así que esta vez me acorraló. Se paró en seco y me miró a los ojos, Me gustaba verlo así. Lanzado, quieto mirándome a los ojos, algo a lo que no podía resistirme, con la cara iluminada de color azul por las luces de neón de algún bar de striptease o quizá sólo de una tienda 24 horas. Sonrió ligeramente para no parecer agresivo o agobiante en su pequeño interrogatorio que en el fondo yo mismo deseaba.

- Entonces, ¿por qué no puedes?

Me quedé dos segundos contemplándolo, no sé si pensando con cuidado la respuesta o sólo observando cómo su cara cambiada de azul a rosa con la luz del cartel de neón parpadeante que debía de tener yo a mis espaldas. Se veía como nunca, como un ángel a pesar de no tener cara de persona bondadosa, pero aprendí a controlar ese tipo de pensamientos mucho tiempo atrás. A quién quiero engañar… sólo quería mirarlo una vez más porque las mil veces anteriores me parecían insuficientes y probablemente dos mil también lo serían. La respuesta la había pensado durante muchas noches de susurros con la almohada.

- Él… es perfecto. No tiene nada que no me guste. Yo le gusto y él me gusta y seríamos felices por mucho tiempo. Y seguramente nadie conseguiría hacerme tan feliz por tanto tiempo. Puedo enamorarme de él y él se enamorará de mí. Sería como el mejor sueño del mundo.

- Ah vale, eso lo explica todo.

Le sonreí bajando la mirada hacia el suelo, sabiendo que él también me sonreía. Evité su mirada para poder seguir sin titubear.

- No. No lo entiendes… Todo sería perfecto y sólo tengo que dar el paso, pero no quiero hacerlo. No es que no pueda, es que no quiero. Estaba decidido a hacerlo, pero anoche me di cuenta de algo que no me había parado a pensar. Y es que, si no me enamoro de ti, no quiero enamorarme ni de él ni de nadie.

Alcé la mirada para encontrarme con la suya. Se había quedado mudo y estaba serio, pero no parecía tampoco disgustado. A lo mejor no había nada que decir a aquello, pero él respondió de todas formas.

- Creía que eso había sido hace mucho tiempo…

Yo no me reconocía hablando con tanta seguridad como lo estaba haciendo. Parecía el protagonista de una película, con frases perfectamente meditadas por un equipo de guionistas.

- Tú me necesitas y yo te necesito. Para mí eso basta. Y aunque hayan pasado los años y las cosas hayan cambiado, hay cosas que nunca cambian.

Él no quiso aparentar su nerviosismo pero obviamente estaba nervioso, con un terremoto en su interior. Apartó la mirada y seguimos andando, callados nuevamente. Una vez más traté de adivinar sus pensamientos y saber qué frase vendría a continuación:

- Me muero de hambre… ¿compramos una hamburguesa?

Una vez más, acerté.

No hay comentarios: