lunes, julio 06, 2009

Vía muerta

No soy una persona que se caracterice precisamente por luchar por aquello que quiere. De hecho, ni siquiera me caracterizo por querer cosas. Querer algo implica una emoción como motor o como chispa para salir disparados hacia algo, pero mis emociones, un año más, continúan remoloneando entre las sábanas, sin llegar siquiera a ese punto en el que abren los ojos para comprobar la hora que es.
La adrenalina se ha convertido en mi placebo, pero no me basta para quererte. No para quererte lo suficiente. No para ir a tu casa y decirte que te necesito y ni siquiera para necesitarte. Ausencia de amor y a la vez necesidad de amor para sentir cosas que a su vez me lleven a hacer cosas.
Ayer, sin embargo, esa maldita exposición anual me recordó todo de nuevo. Me recordó aquella excursión que hicimos a lugares desiertos, donde nos bañamos desnudos después de haber disfrutado, inevitablemente, de nuestros cuerpos desnudos. Me recordó a aquel abrazo horas antes dentro de mi laboratorio, en el que la luz roja apenas dibujaba tu perfil en la oscuridad, mientras me susurrabas que querías que cuidara de ti. Tú, que alardeabas de tu fuerza y tu seguridad en ti mismo, que cualquier sentimiento considerabas una debilidad. Lo recuerdo todo y lo recuerdo porque fue justamente al día siguiente cuando todo se fue a la mierda y ambos nos separamos en aquella esquina fingiendo que estábamos bien y que volveríamos a vernos.
Si te digo la verdad, apenas me dolió aquel momento. No sé si no me importabas lo suficiente, si me rendí o si estaba seguro de que las cosas se arreglarían, pero hasta ayer nunca me había dado cuenta de que cualquier día de mi vida esta vacío comparado con aquel 26 de julio de 2007. Aquel día éramos tan grandes que parecía que eran nuestros pasos los que hacían girar la Tierra.

Ojalá fueras como el 29 de julio, que todos los años vuelve. No te quiero.