sábado, septiembre 09, 2006

Conversaciones ante el fin del mundo I

- Es triste que hayamos llegado a este punto. Tú y yo. En medio de un desierto, con las nubes más negras y amenzadoras que hayamos visto, con el peso del mundo sobre los hombros y el apocalipsis a sólo unas horas.
Él se llevó las manos a los bolsillos del abrigo. En medio de aquel paraje, a pesar de ser un desierto, hacía un frío y un viento insoportable. Sí. Sin duda era el fin del mundo.
- Y para colmo - añadió el otro - ni siquiera nos llevamos bien.
- ¿Importa eso a 10 minutos del final de la historia?
Echó una mirada a todo el horizonte mientras el viento revolvía el pelo de su flequillo.
- No, supongo que no...
Ambos sujetaban con sus manos mugrientas las asas de sus mochilas. Era una situación estúpida. Sabían que no podían evitar el caos que se avecinaba y aún así fingían estar buscando una idea para evitarlo. Apenas se diferenciaban aquellas dos figuras humanas, una con chaqueta y otra encapuchada, de los matorrales y las rocas que los observaban desde todos lados, pendientes de si podrían evitar aquello a tiempo.
- Lo patético de esto es que ahora me doy cuenta de que todas las cosas que me preocupaban en la vida eran una gilipollez.
- Y yo que estaba angustiado con el examen de pasado mañana.
- Y yo que me peleé el lunes con mi novia porque pasaba de fregar una sartén.
El otro dejó escapar una carcajada moribunda por la nariz.
- Y yo que una vez me enrollé con mi profesor de lengua en el instituto y cuando se enteraron todos pasé 3 años de vergüenza.
Él abrió los ojos y sonrió, fingiendo más sorpresa de la que realmente le había causado.
- ¿En serio?
- Quería experimentar.
El sol se ponía rápidamente y ahora todo se había vuelto color naranja.
El otro se arregló un poco el pelo con la mano, aunque se detuvo cuando se percató de que era una estupidez ante lo que se avecinaba.
- ¿No deberíamos hacer todas las cosas que siempre quisimos hacer y nunca podimos porque el resto del mundo nos juzgaría? - se preguntó el con cara de pillo.
- Ya hice lo de entrar en una dulcería y llevarme todo lo que pude gratis.
- ¿Era tu sueño?
- No me digas que el tuyo no.
- Yo quemé la casa de alguien que me avasalló toda la infancia... pero sí, también ese era mi sueño.
- ¡Dios! Olvidé lo de destruir las viviendas de mis enemigos ¿En que estaría yo pensando?
- Seguramente, en dulces.
El cielo comenzó a volverse negro para no volver a amanecer nunca más.
- Tengo miedo.
- La verdad es que yo creo que temía más el examen de mañana. Seamos sinceros, ¿nunca deseaste que se acabara el mundo el día antes de hacer un examen.
- No. Yo es que era normal.
El otro respondió con una bofetada suave fingiendo estar ofendido por aquel comentario.
Él respondió con un beso rápido en los labios, como el de un niño travieso.
- ¿A qué ha venido eso?
- También me ha dado por experimentar. Total, dentro de unas horas estaremos muertos y ahora ya no hay nadie que le vaya a dar importancia
- Porque en realidad no la tiene... ¿Te ha gustado?
- No he sentido nada, pero al menos me voy al infierno con los deberes hechos.
Se sentaron en el suelo mirando las estrellas que empezaban a asomar. Más brillantes que nunca. Sabían que sus días de estar amenazadas por la humanidad habían acabado.
- Supongo que ahora nos demos cuenta de las cosas que de verdad importan.
- ¿El amor? ¿La humanidad? ¿La felicidad?
- Tomar a los errores como maestros y no como razones para un castigo. Y ver al tiempo como un amigo más que nos acompaña en el viaje.
- Entonces, ¿Qué queda que sea de verdad importante?
- Vivirlo todo. Simplemente vivirlo todo.
- Supongo que todavía nos quedan unas horas, ¿qué te apetece hacer?