domingo, abril 02, 2006

Para que los interrogantes se echen a dormir

Me encantaba sacar de quicio a mi madre cuando caminábamos juntas por la calle preguntando por qué a todo. Yo tenía cinco años, era tan atravesada que ella siempre terminaba parando el paso y amenazando con que si no me callaba me dejaría en el trabajo de mi padre en donde solía aburrirme demasiado. Yo hacía caso, guardaba silencio y me reía sin que ella se enterase.
Aunque sólo lo hiciese por fastidiar, el porqué eterno de todas las tardes se fue desvaneciendo con los años, hasta el punto en el que incluso estoy segura de que ha desaparecido.
¿Por qué son las cosas así? Porque no tiene sentido, porque todo ha dejado de existir, porque nada de lo que percibí fue alguna vez cierto.
Néstor era de los que siempre terminaban diciendo "porque sí", y yo lo odiaba, pues no sabía cómo contestar ni reaccionar ante eso.
Tengo 18 años y he dejado de pedir explicaciones a mis padres, a mi hermano, a mis amigos y a mis sustitutos de amigos de los que egoístamente me aprovecho... y así, me engaño cada vez más afirmando que ninguno de ellos podrá darme la respuesta que yo espero.
A ti te hablaba de círculos, de supuestos personajes que se cerraban en sí mismos porque decidían ignorar al mundo y no ser más que observadores que no sentían nada. Y yo quería ser igual que ellos dos años después, para olvidarme de todo y fingir mi propia amnesia, sin siquiera plantear de nuevo qué conseguiría con ello.
No quiero cuestionarme nada y es que, a día de hoy, no hay nada que cuestionar.

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