domingo, junio 11, 2006

Donde los niños visualizan sus sueños


El mar Posted by Picasa

No recordaba cómo había llegado a donde estaba. Todo había pasado demasiado deprisa. En realidad, había sucedido en una hora de la que apenas recordaba unos pocos fotogramas que su fantasía ya empezaba a adornar y completar. Sólo traerlos a su cabezale producía tal temblor en el cuerpo que se veía obligado a menear con suavidad una pierna para liberar la tensión. Con suavidad. No era cuestión de despertarlo.
No podía estar más de diez segundos sin acariciar su pelo, o su espalda. Necesitaba convencerse de que, después de tantos años evitando caer en la ingenuidad de "nada es imposible", estaban los dos allí, desnudos. Tan cerca que la física carecía de sentido en ese universo particular ¿Cuánto dista un punto de sí mismo? Nada. E infinito. Estaba dentro de él, a su lado, en toda la habitación, en su cerebro, en la calle... La realidad había cambiado por completo para siempre y nadie más se daría cuenta.
Fuera de aquella diminuta habitación de tres metros cuadrados seguía oyéndose la vida pasar, sin percatarse de que había perdido dos pasajeros. Gritos de jóvenes, frenazos y sonidos de botellas ropiéndose no dejaban de recordarle que estaba en la zona más conflicitiva y deprimente de la ciudad y esto sólo le provocaba más calidez en su interior. Algo parecido a estar en la cama mientras se oye llover, pero con muchísimos más significados.
Una semana antes paseaba en solitario, miraba desde el puente de la autopista todas aquellas luces pasar intentando buscar esperanza de que, quizá, en alguno de esos coches había alguien que comprendería y que le haría compañía en esas noches de invierno. No contó con que esa persona a la que esperaba estaría a sólo unos metros, sentado en un muro y mirando y quizá pensando lo mismo. No era una persona muy extrovertida. Nunca hablaba con desconocidos, pero aquella noche le había dado igual. Amor al destino.
Y, ahora, volvía a presionarse contra su cuerpo, comprobando por enésima vez que aquello no era un sueño, ni el cielo, ni un brote esquizofrénico. Se acomodaba. Quería encajar en él como la pieza de un puzzle, como les había pasado a ambos de forma metafórica aquella noche en la autopista, riéndo tímidamente de una forma curiosa, mezclada con los temblores de sus cuerpos. Frío o nervios de haberse dado cuenta de que las cosas pueden pasar. Aquel ambiente nocturno de la autopista. La ciudad a lo lejos brillando como si reclamase la presencia de sus dos fugados, los dos inadaptados que huyeron de un mundo que no comprendían y en el que nunca se sintieron comprendidos, los que negaron su humanidad como medida de honor.
En aquel momento, en la cama, en medio de la habitación más sórdida y desordenada, nada de lo demás importaba. Hundió su cabeza en la curva que formaban el cuello y el hombro de él. También parecía haberse despertado al notar ese aliento cálido en una zona tan sensible y sólo sonrió sin abrir los ojos. Eso lo dijo todo.
Ya no había más mentira en el mundo. Ni siquiera de las que están destinadas a alegrar a uno. Ni siquiera existía el mundo.

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